El Belgrano nos abrió las puertas

Es algo difícil querer contar esta experiencia sin caer en eufemismos o metáforas vacías. Para hacer esta tarea más fácil, me voy a desprender de todos los prejuicios que pudiera tener sobre el lector y voy a intentar hacer una crónica sin pruritos ni doble sentido.

Llegamos a las 9 de la mañana al Centro Socioeducativo de Régimen Cerrado Manuel Belgrano. Por fuera una escuela más. Puerta pesada, portera. Nos recibió Pablo con un saludo afectuoso. Generalmente, cuando llegamos a una escuela, nos reciben con afecto. Seguro que un poco es por nuestro entusiasmo y otro por el cariño que le tienen a sus chicos. Como suele ser de rutina, nos anotaron nuestros nombres: Néstor, Alina, Claudio y Jonathan, de la Cooperativa Banquito; Leandro, Esteban, Hernán y Facundo, de la Cooperativa Bitson. Un par de puertas más, llaves, pasillos, guardias, patio y ahora sí, llegamos a la escuela donde vamos a hacer la actividad.

Esta no es una escuela como todas y Pablo, el operador, se va a encargar de darnos algunos detalles de cómo nos tenemos que manejar. Entre otras cosas nos dijo: – Si van a sacar fotos, no pueden salir las caras.

Trabajando en grupo junto a los chicos
Trabajando en grupo junto a los chicos

Volvimos al patio y nos encontramos con los chicos, unos 25 jóvenes de entre 18 y 20 años aproximadamente. Para nosotros, con un pasado tan desconocido como cuando vamos a hacer la actividad con cualquier otro grupo de personas. Pero en este caso, sabíamos algo más de lo que solemos conocer. Cargábamos con el prejuicio de que estos pibes se deben haber mandado un moco. Un cagadón bastante grande como para estar acá.

Hace unos días habíamos charlado con el equipo de conducción del Centro. Nos contaron del desafío que es educar en estas condiciones. Nos transmitieron algunas ilusiones, ideas y reflexiones sobre educar en contexto de encierro. Todo esto mezclado con la academia y las esperanzas. Porque, en definitiva, están acá para ser «rehabilitados» y devueltos a la sociedad que no los pudo contener o, según como la veas, que los expulsó.

En esa clave nos vinimos a parar frente a este grupo.

La propuesta es simple. Sacamos el N6, el robotito con cara de simpático, como para romper el hielo. Arrancó Clodo, jugamos un rato y armamos los grupos para ponernos a trabajar. Nos pusimos a ver qué es eso de los desafíos. Entre charla y pruebas se nos fue la mañana. Antes de almorzar, planificamos la tarde, entre todos. Aparte de la mesa sobre cooperativismo, alguien propuso programar al N6. – «Que haga como esos autos nuevos que estacionan solos». La idea nos gustó y los chicos se fueron a almorzar. Nosotros nos comimos unas empanadas en el patio y nos pusimos a armar la actividad de la tarde.

En el aula, programando el N6
En el aula, programando el N6

Una vez que tuvimos listo el proyector y todo enchufado, arrancamos la actividad en el salón. El N6 ejecutó mil programas y los pibes no paraban de proponer ideas. Después de un rato, activamos el infrarrojo, y se lo llevaron al patio a pasear.

Cerramos la tarde viendo el video de Kabrones que nos sirvió como disparador para charlar sobre qué son las cooperativas.

Mucho entusiasmo y expectativa. Salimos a merendar y nos quedamos charlando y pensando en cómo seguimos y cuándo volvemos.

Compartimos una jornada intensa. Nos vamos despidiendo y se siente el encierro. Nos saludamos y los pibes se van a los cuartos, al edificio que no entramos, bien adentro de los muros. Nosotros agarramos nuestras cosas. De nuevo el patio, guardias, pasillo, puertas, llaves y otra vez en la vereda.

Los pibes siguen adentro porque algo habrán hecho. Nos fuimos con muchas preguntas, pero hay una que ya sé la respuesta: ¿A mi que carajo me importa lo que habrán hecho?

Tenemos que volver.

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